Recuerdo cuando mi pareja me describió su verga gruesa como la «arma perfecta» para mamadas intensas. Me intrigó y, de inmediato, me apeteció probar.
En nuestra primera noche juntos, nos sumergimos en un juego de exploración mutua. Mi pareja se acercó a mí con una sonrisa seductora y, sin prisas, comenzó a besarme profundo, mientras sus manos recorrían mi cuerpo desnudo. Su tacto fue firme y cálido, y sentí un estallido de deseo que me hacía temblar.
De repente, su mano se deslizó hacia mi culeto estrecho y mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Su dedo exploró cada curva, cada prominencia, hasta encontrar el punto exacto para hacerme sentir. Fue como si me estuviera estimulando cada parte de mi cuerpo.
Mientras tanto, yo había estado frotando su verga gruesa contra mí, sintiendo su longitud y grosor. Me apetecía sentir su potencia y vigor en mi interior. Sin más preámbulos, se colocó encima de mí y comenzó a embestir con una lentitud sensual, como si estuviera compartiendo un secreto conmigo.
El placer compartido fue intenso y desatado. Gemidos y jadeos se mezclaron con nuestra respiración agitada. Sentí su potencia sexual explotando en mí, y yo respondí con una liberación igualmente intensa.
En ese momento, su verga gruesa se había convertido en una extensión de mí mismo, y yo había encontrado mi lugar en su interior. Fue un encuentro íntimo, profundo y sincero, como si nos hubiéramos conocido siempre.
Desde ese día, nuestra conexión sexual se convirtió en algo más que un mero encuentro físico. Fue un amor que se expresaba a través de nuestros cuerpos desnudos y nuestros susurros íntimos.
