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El hombre que me desvirgo

Me acuerdo de él como si fuera ayer. Era un tipo apuesto, con un pelo oscuro y un cuerpo atlético que me hizo sentir débil en las rodillas. Su verga gruesa me llamó la atención desde el principio, y no pude evitar mirarla con lujuria cada vez que nos acercábamos.

Recuerdo la primera vez que nos follamos. Fue intenso, como un clímax inesperado. Me metió en el culo estrecho con una firmeza que me hizo gritar de placer. La sensación de ser llenado por su polla fue indescriptible, como si mi cuerpo hubiera sido diseñado específicamente para él.

En ese momento, supe que estaba a punto de perder la virginidad, no solo de cuerpo, sino también de alma. Él me había desvirgado, no solo de mi cuerpo, sino también de mi mente y mi corazón. Me había enseñado a sentir, a querer, a desear.

Recuerdo los gemidos que emité mientras él me hacía el amor, los jadeos que salieron de mi garganta mientras él me penetraba, la respiración agitada que me llevó al orgasmo. Fue como si mi cuerpo se hubiera convertido en un instrumento musical, tocado por las manos de un maestro.

En ese momento, supe que nunca volvería a ser el mismo. Me había sido desvirgado, y no solo de mi cuerpo, sino también de mi alma. Me había sido enseñado a sentir, a querer, a desear, y no podía dejar de buscar ese intenso placer que me había dado.




El hombre que me desvirgo

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