Recuerdo una noche en la que mi colega, con el que había compartido algunas relaciones sexuales, me invitó a su coche para un encuentro íntimo. La verdad es que estaba emocionado y un poco nervioso al mismo tiempo. El coche era pequeño, pero la intimidad que se respiraba era palpable.
Me metí detrás del volante, y él se sentó en el asiento del pasajero, mirándome con una mirada intensa y sensual. Pude sentir su deseo, su atracción irresistible hacia mí. Me miró a los ojos y dijo: «Quiero sentir tu verga gruesa dentro de mí».
Me sentí un poco abrumado por la intensidad de su petición, pero también muy excitado. Asentí con la cabeza y comencé a desabrochar mi pantalón. La tensión sexual en el aire era casi palpable. Me metí a él con lentitud, sintiendo su cuerpo estrecho y apretado alrededor de mi polla. Fue un momento de intenso placer, de conexión física y emocional.
El coche se convirtió en un espacio íntimo, un lugar donde pudiéramos perdernos en nuestro deseo mutuo. Gemimos y jadeamos juntos, sintiendo cada embestida, cada caricia. Fue una experiencia sexual intensa y liberadora, una unión física y emocional que nos unió en ese momento.
Recuerdo que después, nos miramos a los ojos, sonriendo, y sentimos un profundo placer compartido. Fue un encuentro íntimo, una conexión física y emocional que nos dejó con una sensación de satisfacción y contentamiento.
