Recuerdo la primera vez que conocí a alguien con un verga enorme, un cubano apasionado y sensual. Fue como si la habitación se hubiera encendido de repente y todo se hubiera vuelto más intenso.
Él me miró con una sonrisa desafiante y me dijo: «¿Quieres ver qué puedo hacer con esto?» Me sentí atraído por su confianza y su seguridad en sí mismo.
Me llevó a su cama y comenzamos a explorar el territorio de su cuerpo desnudo. Su culo estrecho y firme me llamaba la atención, y su verga gruesa parecía tener vida propia.
Me metió en su ano con una embestida suave y profunda, y yo sentí un intenso placer que me recorrió todo el cuerpo. Era como si estuviéramos conectados en un nivel profundo, como si nuestra unión fuera más que física.
El sexo fue una experiencia mágica que nos llevó a un clímax de pasión y liberación. Fue como si hubiéramos encendido un fuego en la cama que no podía ser apagado.
En ese momento, me di cuenta de que la atracción era mutua y que el deseo no era solo físico, sino también emocional. Fue una conexión que me hizo sentir vivo y conectado con alguien más.
